viernes, 24 de diciembre de 2010

La torre oscura - La hierba del diablo (fragmento)


El pistolero guardó silencio, pensativo. Buscó su tabaco, pero ya no le quedaba. El hombre de negro no se ofreció a rellenar la petaca, ya fuera por magia negra o blanca.

- Había luz - dijo al fin el pistolero. Una gran luz blanca. Y luego... se interrumpió y contempló al hombre de negro. Estaba inclinado hacia adelante y tenía inscrita en el rostro una emoción ajena, demasiado pronunciada como para negarla o desmentirla.
- No lo sabes - concluyo el pistolero, y comenzó a sonreír. Oh, gran hechicero que da vida a los muertos. No lo sabes.
- Lo sé - replicó el hombre de negro. Pero no sé... qué.
- Luz blanca - repitió. Y luego... Una hoja de hierba. Una sola hoja de hierba que lo
llenaba todo. Y yo era minúsculo. Infinitesimal.
- Hierba. El hombre de negro contrajo los párpados. El rostro estaba demacrado y las facciones, tensas. Una hoja de hierba. ¿Estás seguro?
- Sí. El pistolero frunció el ceño. Pero era morada.
Entonces, el hombre de negro empezó a hablar:
- El universo - explicó - presenta una paradoja demasiado vasta para que una mente finita pueda abarcarla. Del mismo modo en que el cerebro viviente no puede concebir un cerebro no viviente - aunque tal vez crea que sí puede -, la mente finita no puede abarcar el infinito.

El prosaico hecho de la existencia del universo frustra de por sí al pragmático y al cínico. Hubo una época, quizá cien generaciones antes de que el mundo cambiara, en que la humanidad había efectuado suficientes progresos técnicos y científicos como para arrancar unas cuantas esquirlas de la gran columna pétrea de la realidad. E incluso entonces, la falsa luminaria de la ciencia (del conocimiento, si lo prefieres) solo brillaba en unos pocos países desarrollados.

Aun así, a pesar del enorme incremento en el número de hechos conocidos, la comprensión era notablemente escasa. Nuestros padres, pistolero, triunfaron sobre la "enfermedad - que - pudre", a la que denominamos cáncer, casi vencieron el envejecimiento, llegaron a la luna...

- Eso no me lo creo - dijo, lisa y llanamente, el pistolero. Ante aquello, el hombre de negro se limitó a sonreír y contestó:
- No hace falta que lo creas. Y prosiguió -: Construyeron o descubrieron un millar de prodigiosas fruslerías. Pero toda esta riqueza de información no les dio una mayor comprensión, o muy poca. No se escribieron grandes odas a las maravillas de la inseminación artificial...
- ¿La qué?
- Consiste en tener hijos a partir de un esperma congelado.
- Y una mierda.
- Como gustes... Aunque ni siquiera los antiguos fueron capaces de producir niños a partir de esta materia. O lo del "coche - que - se - mueve - solo". Pocos, si es que hubo alguno, parecían haber comprendido el Principio de la Realidad; todo nuevo conocimiento conduce siempre a misterios aún más pavorosos. Un mayor conocimiento fisiológico del cerebro hace que la existencia del alma resulte menos posible y a la vez
más probable por la misma naturaleza de la búsqueda. ¿Te das cuenta? Claro que no. estás envuelto en tu propia aura romántica, y te acuestas cada día en compañía de lo arcano. Pero ahora estás aproximándote a los límites, no de una creencia, sino de la comprensión. Estás cara a cara con la entropía inversa del alma.

Pero vamos a lo más prosaico:
El mayor misterio que presenta el universo no es la vida, sino el Tamaño. El Tamaño abarca la vida, y la Torre abarca el Tamaño. El niño, que se siente a gusto con lo maravilloso, pregunta: ¿Qué hay más allá del cielo, papá? Y el padre contesta: La oscuridad del espacio. El niño: ¿Qué hay más allá del espacio? El padre: La galaxia. El niño: ¿Más allá de la galaxia? El padre: Otra galaxia. El niño: ¿Y más allá de las demás galaxias? El padre: Nadie lo sabe.
¿Lo ves? El tamaño nos derrota. Para el pez, el lago en que vive es el universo. ¿Qué piensa el pez cuando es arrastrado por la boca más allá de los plateados límites de la existencia, hacia un nuevo universo donde el aire lo sofoca y la luz es una demencia azul? ¿Dónde enormes bípedos sin branquias lo meten en una caja asfixiante y lo cubren de hierbas mojadas para dejarlo morir? O podríamos tomar la punta de un lápiz y ampliarla. Llegamos así a realizar un descubrimiento que nos aturde: la punta del lápiz no es sólida, sino que se compone de átomos que giran y orbitan como un trillón de planetas enloquecidos. Lo que nos
parece sólido no es en realidad más que una floja red, sostenida por la gravitación. Si encogiéramos hasta el tamaño adecuado, las distancias entre estos átomos se convertirían en leguas, golfos, eones. Y los átomos están a su vez compuestos de núcleos y protones y electrones que giran a su alrededor. Podríamos dar un paso más, hasta las partículas subatómicas. Y luego, ¿qué? ¿Taquiones? ¿Nada? Claro que no.
Todo en el universo desmiente la nada, sugerir una conclusión a las cosas es una imposibilidad.

Si cayeras hacia el exterior, hacia el límite del universo, ¿encontrarías una cerca y carteles que indicaran CALLEJON SIN SALIDA? No. Quizás encontraras algo duro y redondeado, como el polluelo debe de ver el huevo desde el interior. Y si quebraras esacáscara, ¿qué gigantesca y torrencial luz brillaría a través de tu agujero en el límite del espacio? ¿Atisbarías acaso por él y descubrirías que todo nuestro universo no es sino una parte de un átomo de una hoja de hierba? ¿Te verías quizás obligado a pensar que al prender fuego a una ramita estás incinerando una eternidad de eternidades? ¿Que la existencia no se yergue hacia un infinito, sino hacia una infinidad de ellos? "Tal vez hayas visto qué papel desempeña nuestro universo en el plan de las cosas: el de un átomo en una hoja de hierba. ¿Podría ser acaso que todo lo que percibimos, desde el virus infinitesimal hasta la remota nebulosa de la Cabeza de Caballo, esté contenido en una mera hoja de hierba... que quizá sólo lleva existiendo uno o dos días en un sistema temporal ajeno? ¿Y si esta hoja fuese segada por la hoz? Cuando comenzara a morir, ¿se infiltraría la descomposición en nuestro propio universo y en nuestras propias vidas, volviéndolo todo amarillento, pardusco y marchito? Puede que eso ya haya comenzado a suceder. Decimos que el mundo ha cambiado; tal vez lo que queremos decir en realidad es que ha comenzado a secarse.
¡Piensa en cómo nos empequeñece este concepto de las cosas, pistolero! Si hay un Dios que lo contempla todo, ¿administra Él acaso la justicia para una raza de mosquitos entre una infinidad de razas de mosquitos? ¿Verá su ojo cómo cae la golondrina, cuando la golondrina es menos que una mota de hidrógeno que flota inconexa en las profundidades del espacio? Y si en verdad lo ve... ¿cuál debe de ser la naturaleza de un Dios tal? ¿Dónde vive? ¿Cómo es posible vivir más allá del infinito? 
Imagínate las arenas del desierto de Mohaine, que cruzaste para encontrarme, e imagínate un trillón de universos - no mundos, sino universos - encapsulados en cada grano de arena de ese desierto; y dentro de cada universo, infinidad de ellos. Nos erguimos sobre esos universos desde nuestro patético punto de observación en una hoja de hierba; con un golpe de tu bota puedes sumir en la oscuridad un billón de
billones de mundos, en una cadena que nunca podrá completarse.
El Tamaño, pistolero... El Tamaño...

Vayamos aún más lejos. Supongamos que todos los mundos, todos los universos, se reunieran en un solo nexo, una sola pilastra, una Torre. Una escala, quizás, hacia la propia Divinidad. ¿Osarías, pistolero? ¿Podría ser que, por encima de toda esta realidad sin límites, existiera una Habitación...?
No osarías.

domingo, 19 de diciembre de 2010

El ruiseñor y la rosa

- Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas -exclamó el joven estudiante-;  pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.

Desde su nido en la encina le oyó el ruiseñor, y miró a través de las hojas y se quedó extrañado.

- Ni una sola rosa roja en todo mi jardín -exclamó el estudiante; y sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas.

- ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y son míos todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por no tener una rosa roja, mi vida se ha vuelto desdichada.

- He aquí por fin un verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.

- Noche tras noche le he cantado, aunque no le conocía; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora le estoy viendo. Tiene el cabello oscuro como la flor del jacinto y los labios tan rojos como la rosa de sus deseos; pero la pasión ha hecho que su rostro parezca de pálido marfil, y el dolor le ha puesto su sello sobre la frente.

- El príncipe da un baile mañana por la noche -musitó el estudiante-, y mi amada estará entre los invitados. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el alba Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y reclinará la cabeza en mi hombro, y su mano estará prisionera en la mía. Pero no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, así es, que estaré sentado solo, y ella pasará desdeñándome. No me prestará atención alguna y se me romperá el corazón.

- He aquí ciertamente el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.

- Lo que yo canto, él lo sufre; lo que es para mí alegría es dolor para él. En verdad el amor es maravilloso; es más precioso que las esmeraldas y más costoso que los finos ópalos. No se puede comprar con perlas ni con granates, ni está a la venta en el mercado, no lo pueden comprar los mercaderes, ni se puede pesar en la balanza a peso de oro.

- Los músicos estarán sentados en su estrado -dijo el joven estudiante-, y tocarán sus instrumentos de cuerda y mi amada danzará al son del arpa y del violín. Danzará tan ligera que sus pies no rozarán el suelo, y los caballeros de la corte, con sus trajes alegres, estarán todos rodeándola. Pero conmigo no bailara, pues no tengo una rosa roja para darle.                                     

Y se arrojó sobre la hierba, y ocultó el rostro entre las manos y lloró.

- ¿Por qué llora? -preguntó una lagartija verde, cuando pasaba corriendo junto a él con el rabo en el aire.

- Eso, ¿por qué? -dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo a un rayo de sol.

- Sí, ¿por qué? -susurró una margarita a su vecina, con una voz suave y baja.

- Está llorando por una rosa roja -dijo el ruiseñor

- ¡Por una rosa roja! –exclamaron-; ¡Qué ridículo!

Y la lagartija que era algo cínica, se rió abiertamente.

Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y permaneció posado silencioso en la encina, y pensó en el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó por la arboleda como una sombra, y como una sombra voló a través de jardín. En el medio del césped crecía un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una rama.

- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.

Pero el rosal negó con la cabeza.

- Mis rosas son blancas –respondió-, tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que trepa alrededor del viejo reloj de sol y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.

- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.

Pero el rosal negó con la cabeza.

- Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes de que llegue el segador con su guadaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que crece al pie de la ventana del estudiante, y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía al pie de la ventana del estudiante.

- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.

Pero el arbusto negó con la cabeza.

- Mis rosas son rojas –respondió-, tan rojas como los pies de la tórtola, y más rojas que los grandes abanicos de coral que se mecen y mecen en la sima del océano; pero el invierno me ha congelado las venas, y la escarcha me ha helado los capullos, y la tormenta me ha roto las ramas, y no tendré rosas este año.

- Una rosa roja es todo lo que necesito -exclamó el ruiseñor-, ¡sólo una rosa roja! ¿No hay ningún medio por el que pueda conseguirla?

- Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

- Dímelo -dijo el ruiseñor-, no tengo miedo.

- Si quieres una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Debes cantar para mí con el pecho apoyado en una de mis espinas. A lo largo de toda la noche has de cantar para mí, y la espina tiene que atravesarte el corazón, y la sangre que te da la vida debe fluir por mis venas y ser mía.

- La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja -exclamó el ruiseñor-, y la vida nos es muy querida a todos. Es grato posarse en el bosque verde, y contemplar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perla. Dulce es la fragancia del espino, y dulces son las campanillas azules que se esconden en el valle y el brazo que el viento hace ondear en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, ¿y qué es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre?

Así es que desplegó las alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó veloz sobre el jardín como una sombra, y como una sombra atravesó volando la arboleda.

El joven estudiante todavía estaba echado en la hierba, donde le había dejado, y las lágrimas aún no se habían secado en sus hermosos ojos.

- ¡Sé feliz! -exclamó el ruiseñor-, ¡sé feliz! ; tendrás tu rosa roja. Te la haré de música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, pues el amor es más sabio que la filosofía, por sabia que ésta sea, y más fuerte que el poder, por potente que sea éste. Del color de la llama son sus alas, y de color de llama tiene el cuerpo. Sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.

El estudiante alzó los ojos de la hierba y escuchó, mas no pudo entender lo que le estaba diciendo el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina comprendió y se puso triste, porque quería mucho al pequeño ruiseñor que había hecho su nido entre sus ramas.

- Cántame una última canción -musitó-: me sentiré muy sola cuando te hayas ido.

Así es que el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que sale a borbotones de una jarra de plata.

Cuando hubo terminado su canción, el estudiante se levantó, y sacó un cuaderno y un lápiz de su bolsillo.

- Él tiene estilo -dijo para sí, mientras caminaba a través de la arboleda-, eso no se le puede negar, pero ¿tiene sentimientos? Me temo que no. De hecho, es como la mayoría de los artistas, es todo estilo, sin ninguna sinceridad. No se sacrificaría por los demás. Piensa tan sólo en la música, y todo el mundo sabe que las artes son egoístas. Sin embargo es preciso admitir que hay notas hermosas en su voz. ¡Qué lástima que no signifiquen nada, ni tengan ninguna utilidad práctica!

Y entró en su habitación y se echó sobre el pequeño jergón, y se puso a pensar en su amor, y al cabo de un tiempo se quedó dormido.

            Y cuando la luna brilló en el cielo, fue volando al rosal el ruiseñor y puso su pecho contra la espina. Cantó toda la noche con el pecho contra la espina, y la luna de frío cristal, se asomó para escucharla. A lo largo de toda la noche estuvo cantando, y la espina penetraba más y más profundamente en su pecho, y la sangre, que era su vida, fluía fuera de él.

Cantó primero el nacimiento del amor en el corazón de un adolescente y de una muchacha. Y en la rama más alta del rosal floreció una rosa admirable, pétalo a pétalo, a medida que una canción seguía a otra canción. Pálida era al principio, como la bruma suspendida sobre el río; pálida como los pies de la mañana, y de plata, como las alas de la aurora. Como la sombra de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa en el estanque, así era la rosa que florecía en la rama más alta del rosal.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.

- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que esté terminada la rosa.!

Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y su canto se hizo cada vez más sonoro, pues cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una doncella.

Y un delicado arrebol rosado vino a los pétalos de la rosa, como el rubor del rostro del novio cuando besa los labios de la novia. Pero la espina no había llegado aún al corazón del pájaro, así que el corazón de la rosa seguía siendo blanco, pues sólo la sangre del corazón de un ruiseñor puede teñir de carmesí el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.

- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que este terminada la rosa!

Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y la espina tocó su corazón, y sintió que le atravesaba una intensa punzada de dolor. Amargo, amargo era el dolor, y más y más salvaje se elevó su canto, pues cantaba al amor que se hace perfecto por la muerte, al amor que no muere en la tumba.

Y la rosa admirable se volvió carmesí, como la rosa del cielo en el oriente. Carmesí era el ceñidor de pétalos, y carmesí como un rubí era su corazón.

Pero la voz del ruiseñor se volvió más débil, y sus pequeñas alas empezaron a batir, y un velo le cubrió los ojos. Más y más débil se tornó su canto, y sintió que algo le ahogaba en la garganta.

Moduló entonces un último arpegio musical. La luna blanca lo oyó y se olvidó del alba, y se quedó rezagada en el cielo. La rosa roja lo oyó, y tembló toda de arrobamiento, y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco se lo llevó a su caverna púrpura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores dormidos. Flotó a través de los juncos del río, y ellos llevaron su mensaje al mar.

- ¡Mira, mira! -gritó el rosal- ¡La rosa ya está terminada!

Pero el ruiseñor no respondió, pues yacía muerto en la hierba alta, con la espina en el corazón. Y al mediodía el estudiante abrió la ventana y se asomó.

- ¡Mira!, ¡Qué suerte tan maravillosa! –exclamó- ¡he aquí una rosa roja! No había visto en mi vida una rosa semejante. Es tan bella que estoy seguro que tiene un largo nombre latino.

Y se inclinó y la arrancó. Se puso luego el sombrero y se fue corriendo a casa del profesor con la rosa en la mano.

La hija del profesor estaba sentada en el umbral, devanando seda azul alrededor de un carrete, con su perrito echado a sus pies.

- Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja. -exclamó el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo entero. La llevarás prendida esta noche cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos ella te dirá cuánto te quiero.

Pero la muchacha frunció el ceño.

- Temo que no me vaya bien con el vestido -respondió- y, además, el sobrino del chambelán me ha enviado joyas auténticas, y todo el mundo sabe que las joyas cuestan mucho más que las flores.

- ¡Bien, a fe mía que eres una ingrata! -dijo el estudiante muy enfadado.

Y arrojó la rosa a la calle, donde cayó en el arroyo, y la rueda de un carro pasó por encima de ella.

- ¿Ingrata? -dijo la muchacha-. Y yo te digo que tú eres un grosero, y, después de todo, ¿quién eres tú? Sólo un estudiante. !Cómo!, No creo que tengas ni siquiera hebillas de plata para los zapatos, como tiene el sobrino del chambelán.

Y se levantó de la silla y entró en la casa.

- ¡Qué cosa tan necia es el amor! - -se dijo el estudiante mientras se marchaba-. No es ni la mitad de útil que la lógica, pues no prueba nada, y siempre nos dice cosas que no van a suceder, y nos hace creer cosas que no son ciertas. De hecho, es muy poco práctico, y como en estos tiempos ser práctico lo es todo, me volveré a la filosofía y estudiaré metafísica.

Así es que volvió a su habitación, y sacó un gran libro polvoriento, y se puso a leer.